Mi hijo de nueve años y yo estábamos en nuestra habitual batalla diurna de clases asincrónicas.
Tenía su tarea de escritura a la mano, había escrito varias frases completas y bien pensadas.
De pronto le dije que no tenía que escribir sobre su peor día.
Es más, podría escribir sobre lo que quisiera, siempre y cuando escribiera algunas oraciones.
Dijo que estaría mal si hacía eso, comenzó a decir que nada le salía bien y que iba
a reprobar.
Estaba al borde de las lágrimas, pero no sabía por qué.
En lugar de frustrarme y obligarlo a hacer la tarea, me senté con él en su escritorio.
Le dije:
“no vas a estar mal y no vas a reprobar el tercer grado, de hecho, le dije, tú eres una especie de superhéroe”.